Jorge Luis Borges se encuentra con Juan Rulfo en un universo en el que todos los tiempos y espacios son posibles, de alguna manera construyen desde sus respectivas nostalgias y rincones melancólicos las ciudades de sus recuerdos, los personajes que concibieron como ficción, y que en cualquier momento les pueden llamar por su nombre, ya sea en una confitería de la calle de Florida en Buenos Aires o bajo el atardecer caluroso en un cerro cercana a Comala. Rulfo y Borges caminando por sus recuerdos en una especie de inmortalidad ineludible y, a veces, intolerable.